Martín Zalacaín, nacido en Urbía en el año 1852 y muerto en Arneguy en el 1876, fue un aventurero y contrabandista vasco que vivió durante la tercera guerra carlista.
Los primeros años de su infancia los pasó en una humilde casa del pueblo de Urbía, con su madre Amelia y su hermana Ignacia, sumido en una total miseria. No fue a la escuela, por lo que su relación con los demás chicos no era muy sólida. Por ejemplo, Carlos Ohando (hijo de la familia que sustentaba a los Zalacaín) odiaba a Martín porque este, para sobrevivir, robaba en su casa. Ese rencor se incrementó a base de repetidas peleas y discusiones.
A los once años de edad, perdió a su madre en una estúpida evacuación de un circo. Por eso, su cínico tío abuelo Tellagorri, acogió en su casa a los dos hermanos. Este enseñó a Martín ciertas tácticas para cazar y robar sin ser visto, lo educó en el ateísmo y avivó su espíritu aventurero. Cuatro años más tarde el viejo murió enfermo, dejando totalmente sin cuidados a los Zalacaín.
Siendo muy joven se hizo comerciante de caballos y mulas, y se embarcó en el mundo del contrabando. Uno de sus amigos, Bautista Urbide, se casó con su hermana y, a partir de ese momento acompañó a Martín en todas sus aventuras.
Por un pequeño descuido, fueron incluidos en la partida del Cura (grupo de guerrilleros que participaron en la guerra carlista, dirigidos por el cura Santa Cruz). Tras traicionar a estos, salvando a unos presos, fue herido de gravedad. Logró recuperarse en tres días y, después, aceptó un peligroso trabajo que consistía en pedir firmas a generales carlistas. Gracias a este encargo, pasó por varios pueblos en los que se reencontró con diferentes personas que le ayudaron a lo largo de su vida.
Cuando volvió a su pueblo natal después de acabar su arriesgada misión, se casó con Catalina Ohando y formó una familia. Tuvo un hijo al que llamaron Miguel, en honor a su tío abuelo (Miguel Tellagorri). Martín no tenía un carácter sedentario, por lo que no se quedó en su casa mucho tiempo y salió a buscar nuevos retos que cumplir.
El último peligro al que se enfrentó fue a una colosal batalla en la que no participó, pero, al menos, pudo presenciar cómo los carlistas se rendían por completo.
La muerte de esta entrañable persona no concuerda con su forma de ser. Martín y su esposa se alojaron en una posada de Arneguy cuando apareció Carlos. Trató a su hermana de una forma violenta y Zalacaín, furioso por ello, amenazó e intentó ahogar a Ohando. Desgraciadamente, el aventurero recibió un tiro en la espalda que lo sometería al sueño eterno.
Los primeros años de su infancia los pasó en una humilde casa del pueblo de Urbía, con su madre Amelia y su hermana Ignacia, sumido en una total miseria. No fue a la escuela, por lo que su relación con los demás chicos no era muy sólida. Por ejemplo, Carlos Ohando (hijo de la familia que sustentaba a los Zalacaín) odiaba a Martín porque este, para sobrevivir, robaba en su casa. Ese rencor se incrementó a base de repetidas peleas y discusiones.
A los once años de edad, perdió a su madre en una estúpida evacuación de un circo. Por eso, su cínico tío abuelo Tellagorri, acogió en su casa a los dos hermanos. Este enseñó a Martín ciertas tácticas para cazar y robar sin ser visto, lo educó en el ateísmo y avivó su espíritu aventurero. Cuatro años más tarde el viejo murió enfermo, dejando totalmente sin cuidados a los Zalacaín.
Siendo muy joven se hizo comerciante de caballos y mulas, y se embarcó en el mundo del contrabando. Uno de sus amigos, Bautista Urbide, se casó con su hermana y, a partir de ese momento acompañó a Martín en todas sus aventuras.
Por un pequeño descuido, fueron incluidos en la partida del Cura (grupo de guerrilleros que participaron en la guerra carlista, dirigidos por el cura Santa Cruz). Tras traicionar a estos, salvando a unos presos, fue herido de gravedad. Logró recuperarse en tres días y, después, aceptó un peligroso trabajo que consistía en pedir firmas a generales carlistas. Gracias a este encargo, pasó por varios pueblos en los que se reencontró con diferentes personas que le ayudaron a lo largo de su vida.
Cuando volvió a su pueblo natal después de acabar su arriesgada misión, se casó con Catalina Ohando y formó una familia. Tuvo un hijo al que llamaron Miguel, en honor a su tío abuelo (Miguel Tellagorri). Martín no tenía un carácter sedentario, por lo que no se quedó en su casa mucho tiempo y salió a buscar nuevos retos que cumplir.
El último peligro al que se enfrentó fue a una colosal batalla en la que no participó, pero, al menos, pudo presenciar cómo los carlistas se rendían por completo.
La muerte de esta entrañable persona no concuerda con su forma de ser. Martín y su esposa se alojaron en una posada de Arneguy cuando apareció Carlos. Trató a su hermana de una forma violenta y Zalacaín, furioso por ello, amenazó e intentó ahogar a Ohando. Desgraciadamente, el aventurero recibió un tiro en la espalda que lo sometería al sueño eterno.
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